lunes, 15 de diciembre de 2008

Lo que cuesta es lo que vale

Esta frase, que bien podría ser una sentencia latina, es la que me decía mi madre cuando, en mis años escolares, me lamentaba por la cantidad de tareas que tenía que hacer, por las dificultades para resolver un problema, por la inminencia del siguiente examen...

- "Lo que cuesta es lo que vale". Con este aforismo me venía a decir que tan importante como el resultado es el proceso, y más, que no hay éxito sin esfuerzo permanente. En aquellas pocas palabras estaba encerrado un tratado completo de pedagogía aplicada.

Aquella generación de padres nos enseñó a superar las dificultades sin rendirnos a la primera, a valorar el esfuerzo propio y el de los demás, a perseverar -palabra en desuso- para conseguir las metas, y a saber esperar las recompensas, recompensas por algo merecido.

Hoy los padres somos nosotros, pero creo que en algún lugar del camino hemos perdido el rumbo: nuestros niños y jóvenes no soportan la más mínima frustración, y eso no hay sistema educativo que lo arregle. Entre todos estamos haciéndoles más dependientes, menos responsables y más exigentes. Esta temporada, por poner un ejemplo, se emite un anuncio -de telefonía, o algo así- en el que el protagonista dispara una frase cargada con lo que podríamos llamar el "signo de los tiempos": - "¡Lo quiero todo y lo quiero ya!".

¿Es ése el camino que estamos marcando? Como decía ayer Carmen Rigalt en la última de El Mundo, "La educación de los padres es causa primerísima de la educación de los hijos. [...] No nos engañemos: un niño idolatrado es un tirano incompatible con el sistema educativo".

Afortunadamente, todavía hoy hay madres -entre las que cuento a la mía- que siguen diciendo a sus hijos: - "Lo que cuesta es lo que vale".

5 comentarios:

Juan Nadie dijo...

¡Cómo me suena esa frase! Con la que hoy estoy totalmente de acuerdo.

jose dijo...

A veces pienso que en los colegios deberíais dar primero clase a los padres y luego a sus hijos.
Y me parece bien que se digan estas cosas en todos los foros posibles. Más que nada para ver si es cierto lo que dicen de que si repites una idea muchas veces, acaba calando en la gente.

Anónimo dijo...

"Y lo que vale es lo que pesa"
Estas palabras valen su peso en oro.
¡Qué verdad más grande!.
Lo penoso es que parece que nadie hoy se atreve a decirlas....

Anónimo dijo...

Creo que estoy bastante de acuerdo.

¿Hay excepciones a la sentencia?:

- No siempre lo que nos cuesta es lo que vale. Luego más vale decidir con calma en qué se empeña y persevera uno.
- Hay "cosas" que no cuestan nada y, sin embargo, valen mucho. Y parece que es muy importante valorarlas, agradecerlas y emplearlas adecuadamente.

De cualquier modo, mi madre, que no me decía esta frase, siempre me animaba y me ayudaba para que me esforzara y la verdad es que me vino muy bien.

Anónimo dijo...

He estado pensando estos días algo más en este tema que comentamos.

El otro día recordé, y me parece importante o interesante decirlo aquí, que yo también ayudaba de alguna manera a mi madre. Sí, creo que le ayudaba a que me alentara, porque hacía con ella una buena relación. Claro que entonces yo no me daba cuenta y no lo hubiera dicho así, pero ahora repaso aquellos años y me veo diciéndole lo que la quería, dándole besos, sonriéndole, obedeciéndole muchas veces, echándole una mano en lo que yo podía. Sí, creo que eso hacía que ella pudiera ser una mejor mamá para mí.

Y la verdad es que ahora que yo soy madre, a mí también me gusta, me ayuda, me alegra que mi hijo me sonría, me obedezca a la primera, esté dispuesto a colaborar o haga sus cosas sin que le tenga que decir nada o sin que le tenga que repetir más de dos veces algo... o que me diga con palabras su enfado y no con un portazo o un bufido o un mal gesto o palabrotas. Todo eso me da mucha fuerza para seguir adelante. Y es que ser madre, ser una buena mamá, a veces, es bastante complicado y cansado.

Por supuesto también pienso que a nuestros hijos e hijas les ayuda mucho que les recordemos que les queremos, les tratemos con cariño, hablemos con ellos, estemos con ellos, les expliquemos nuestros enfados y lo que nos enfada con palabras... Cuando era una niña, me venía muy bien.

Y nada más, creo que ya he explicado lo que pensaba que a otras personas, pequeñas, jóvenes o mayores, les podría, quizá, ayudar.